martes, 12 de agosto de 2008

Ojalá pase en Costa Rica



El sábado 2 de agosto tuve el privilegio de participar en la gran marcha contra el estigma, la discriminación y la homofobia, preámbulo de la XVII Conferencia Internacional sobre el SIDA en Ciudad de México.  A pesar de los avances en varios países en los temas de derechos humanos, echarse a la calle a demandar espacios para la comunidad lésbica, gay, bisexual y transgénero (LGBT)  sigue siendo un reto y un riesgo, pues la intolerancia, la doble moral y la violencia aún cobran víctimas de todo tipo, desde la falta de garantías en el trabajo o la invisibilidad en la escuela, hasta la pena de muerte.

En este contexto, Costa Rica es un caso particular y paradójico. Tradicional punto de encuentro para personas LGBT en la región centroamericana, destino turístico de la comunidad gay internacional, le debe muchísimo a sus propios ciudadanos.  Ahora,  con el proyecto “Ley de unión civil para parejas del mismo sexo” y otras leyes colaterales que se discuten en la Asamblea Legislativa, se abre una invaluable oportunidad para una Costa Rica más abierta, democrática y plural,  a tono con  los países que han tomado la vanguardia en la defensa de los derechos humanos de las minorías discriminadas por asunto de género y preferencia sexual.  El proyecto, además, da un respiro a un sector de los y las costarricenses que ha sido tradicionalmente silenciado y puesto al margen en asuntos básicos que le competen.

No es de extrañar que se hayan levantado voces de protesta. El prejuicio, el irrespeto y la intolerancia siempre nos han perseguido a los gays y lesbianas. El discurso homofóbico costarricense no difiere en su esencia del que se ha escuchado en otras sociedades.  Se invocan abstracciones, privilegios, esencialismos sin fundamento. Se le advierte al público de la supuesta amenaza que la sola presencia de los gays y las lesbianas conlleva, de una supuesta conspiración para destruir la sociedad como tal. Así la comunidad LGBT se convierte en el chivo expiatorio de contradicciones sociales y de fobias no resueltas. No solamente se nos acusa, sino que se nos castiga también.

La discusión sobre la ley de unión civil ha sacado a flote lo más horrible de un pensamiento retrógrado, que crea categorías de personas, que criminaliza por sospecha o asume la voz de Dios mismo para condenar.  Por otra parte, ha sacado también una parte luminosa de la sociedad costarricense. Me refiero a la posibilidad de integración, a la defensa de la dignidad individual, al reconocimiento de que existe un grupo de costarricenses que día a día engrandecen con sus aportes a nuestro país. Gentes buenas, trabajadoras, amorosas, devotas de su fe, que merecen iguales derechos que sus detractores.

Ojalá el Congreso tenga la valentía de aprobar la ley de unión civil.  Ojalá las parejas homosexuales costarricenses no sufran más vejaciones. Ojalá los gays y lesbianas podamos ser quienes somos sin temor al abuso,  amparados a leyes que nos protejan.  Ojalá que quienes nos siguen denigrando y persiguiendo comprendan algún día que el origen de sus miedos y sus odios se encuentra no en los conciudadanos a quienes acosan sino en sus propias conciencias y en sus propios corazones.

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