lunes, 15 de diciembre de 2008

Lo que le pasa a los otros

Le ha costado mucho a la sociedad americana admitir que lleva tiempo en una crisis económica.   El gobierno  reconoció oficialmente que el país estaba en recesión hace apenas unas semanas, y cuando lo hizo tuvo que admitir que las cosas andaban mal desde el 2007.  El presidente Bush ya no pudo recurrir más a su optimismo,  ni a su fe en los mercados.  Cuando admitió el estado de cosas su discurso se orientó a la eficiencia—estamos tomando las acciones necesarias—y a la fortaleza moral de los ciudadanos, dos abstracciones resultan exitosas dependiendo de quien las enuncie. 

Según parece,  uno de los mayores indicadores del miedo—no prudencia—del americano medio es que ya no consume.  Se puede tener evidencia de ello cuando uno va un domingo al mall y lo encuentra vacío, o cuando llegan en el correo cupones con todo tipo de ofertas.  Pero nadie habla de ello, al menos en los círculos académicos en los que me muevo. No son círculos intelectualmente poderosos, no hay estrellas que dicten cátedra cuando pueden.  El hecho de enseñar en un pequeño college orientado a la enseñanza,  no la investigación, te pone en contacto con otra parte de la clase media americana y de la academia en sí misma. En su mayoría es gente con familia, preocupaba más por sus hijos que por su carrera.  De mis colegas, más de un noventa por ciento vive en pequeñísimos pueblos, fuera de la dinámica cultural y social de los grandes centros urbanos cercanos; son comunidades blancas,  conservadoras aunque de un conservadurismo más moderado, en general sin los extremismos ni las obsesiones y resentimientos históricos que se pueden hallar en el Sur.  Maryland es, además, un estado bastante rico. Su cercanía Washington DC ha permitido el surgimiento de grupos económicamente poderosos, cuyos ingresos provienen de la venta de servicios al gobierno.  

A simple vista, la crisis económica pareciera no estar ahí, o al menos en mi realidad más inmediata.  Por ejemplo, se sabe que hay muchísimas casas para la venta,  pero no sé de nadie que haya perdido su vivienda.  Nadie se ha quedado sin trabajo y aún las cifras de desempeño financiero del college no son desalentadoras. Todo bien, pues todo parece estar en la periferia. O casi.  Mi fondo de retiro ha registrado pérdidas por varios trimestres consecutivos,  quizás no haya aumento de sueldos el próximo año, pero a cambio el precio de la gasolina ha bajado a casi un dólar cincuenta el galón al momento de escribir este ensayo.  ¿Qué más me puede pasar? No tengo hipoteca,  mi carro todavía anda, el saldo de mi tarjeta de crédito es aún manejable…  ¿Será que la crisis sólo le pasa a los demás?  Mi amigo Todd, un enfermero en el servicio de emergencias de un hospital en Seattle, me ha contado que ahora son frecuentes los casos de intento de suicidio por razones financieras.   José, en Washington DC, está preocupado porque las clínicas que dan servicios a las minorías—latinos, enfermos de SIDA—están recortando personal.  A él le han dicho que no se preocupe, pero nunca se sabe… Muchos, si no la mayoría, de los concursos para llenar puestos académicos se ha cerrado por este año lectivo… Pero la realidad, vista en el televisor o la pantalla de la computadora, sigue siendo lejana.  Cuando caigan los grandes fabricantes de autos,  quienes se van a joder estarán en Michigan o en lugares infames desperdigados a lo largo y ancho del país…  Quienes han perdido millones con el fraude perpetrado por Bernad Madoff dan declaraciones desde sus lujosos apartamentos de Manhattan… Los billones de dólares aprobados para rescatar Wall Street  no son una pila de billetes sino una abstracción y como tal se van evaporando sin resultados tangibles… Los analistas que han sido ignorados por mucho tiempo aprovechan sus minutos en primera plana para reivindicar sus ideas, mostrar sus modelos y pronosticar una larga y dolorosa caída.  Hablan de productos financieros altamente riesgosos que no han explotado todavía en pérdidas. Hablan de incertidumbre,  pues nadie sabe a ciencia cierta hasta dónde las interconexiones entre los mercados se van a ver afectadas.  

Saber también está matizado por las luchas ideológicas.  Oxigenar la industria del automóvil pasa por las relaciones con los poderosos sindicatos de GM, Chrysler y Ford.  Dejar que el sistema caiga y se levante por sí mismo pareciera el sueño realizado de los más extremos cultores del neoliberalismo.  La acumulación de productos financieros respaldados por las hipotecas basura no solamente reabre las heridas del proceso de desregulación financiera sino que pone en el centro del conflicto el papel del estado…

Pero todo parece ocurrir en otros mundos, fuera del trajín diario y del silencio en el que escribo estas reflexiones.  Ahora mismo oigo un tren a la distancia y me sorprendo.  Es la primera vez que lo escucho.  Esta madrugada la sirena de una ambulancia (quizás ni siquiera era una ambulancia) me despertó y me mantuvo insomne por un par de horas.  Hay señales,  hay avisos,  pero la inmensidad de lo que está ocurriendo vuelve todo algo abstracto.  Sin embargo poco a poco se materializa y lo hace en fracasos y pérdidas concretas, en personas con nombre y apellido. Y cuando todo se derrumba nadie puede clamar inmunidad.  Uno se inventa la distancia para poder seguir su vida.  Solamente una estrategia para sobrevivir.

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