Las primeras vestidas –como se les llama a las travestis en México– las conocí cuando era adolescente, en alguna escapada a un lugar llamado El Palenque. Era un bar, billar y soda para
noctámbulos ubicado al costado noreste de las ruinas de la parroquia de Cartago. Al otro lado de la calle, en el parquecito, había estatua del tenor Melico Salazar. Las malas lenguas decían que Melico tenía las manos juntas no porque estuviera en una pose de ópera sino porque estaba solicitando un trago a los bartenders de El Palenque.
Pues fue allí donde muchas veces vi entrar y salir travestidos. No recuerdo que les haya hablado. Por supuesto, de esas cosas tampoco se hablaba. Años más tarde conocí hombres de quienes se decía eran travestis, una generación devota de Sarita Montiel que montaba sus shows en fincas o en fiestas privadas.
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