sábado, 22 de noviembre de 2008

El otro Winter Blues


Para quienes venimos del trópico el invierno del norte tiene poco romanticismo. Para quienes padecemos de depresión la cosa es aún peor, pues a la inestabilidad emocional y física de la enfermedad hay que agregar el efecto del clima, algo de lo que yo personalmente nunca pensé antes de llegar a Maryland. Con los años mi depresión se ha vuelto sobre todo una cadena de reacciones del cuerpo, como que se rebelara, se disgustara y me enviara mensajes a los que no puedo responder.  Entonces aparecen los síntomas: la ansiedad por comer carbohidratos o chocolate, los problemas de memoria y concentración; me enojo fácilmente o me siento aturdido.  Paso días sin comida en la casa y puedo dormir mucho o a deshoras.  El invierno pasado, en lo más crítico,  pasé una temporada de insomnio que se me hizo eterna.  Sucede que el Winter Blues—el bajonazo de energía y esperanzas que acarrean consigo el frío, los días cortos y la luz grisácea—me golpea sin miramientos, se me va metiendo poco a poco en el cuerpo y de repente se manifiesta.  De ahí en adelante vivo entre malestares y periodos de gracia hasta que vuelve la primavera. 

Este año  mi  Winter Blues empezó un poco adelantado, y ya para el día de las elecciones en los Estados Unidos me encontraba un poco enfermo.  Aunque quería mirar los resultados hasta que se declarara un ganador, me fui a la cama cuando a Barack Obama aún le faltaban unos setenta votos electorales para lograr el número mágico de doscientos setenta.  Antes de apagar el televisor hice, sin embargo, un cálculo rápido: “Con los cincuenta y cinco votos de California, más los ocho de Washington, la presidencia está segura”.  Y como todos lo sabemos ahora, así fue.  Esa noche dormí un rato y luego me desperté desorientado.  Puse el televisor,  oí a John McCain aceptar la derrota y a Obama pronunciar su discurso en Grant Park.  Me sentí contento pero la alegría no me duró mucho: la enmienda para prohibir el matrimonio homosexual había ganado en California.  Consultas similares también triunfaron en sitios más conservadores como Florida y Arkansas, pero apenas podía entender lo que había ocurrido en un estado que apenas cinco meses antes había mostrado su cara más progresista, simbolizada en Phyllis Lyon y Del Martin, quienes habían vivido juntas por más de cincuenta años y pudieron casarse al fin cuando ya eran octogenarias.  Lo más paradójico es que en el referéndum de California fue aprobada otra moción, esta vez para garantizarle a los animales de granja mejores condiciones en sus encierros.  Es decir:  se defendieron los derechos de los animales al mismo tiempo que se trajeron abajo los de seres humanos.  Para convencer a los votantes hubo una gran campaña publicitaria basada en el miedo, financiada principalmente por iglesias, y entre ellas la poderosa iglesia mormona.  

Las organizaciones LGBT  tal vez no vieron a tiempo la aberración misma de la consulta:  Se sometía a referéndum un derecho civil de una minoría.  No se dieron cuenta, por ejemplo, de la disparidad en el acceso de recursos entre las organizaciones y los posibles opositores.  Luego no pudieron detener la campaña que iba transformando el asunto de derechos en uno de valores religiosos y luego en amenaza social.  

Y así empezó mi otro Winter Blues, el de la derrota que se mezcla con la victoria y te hace sentir confuso, el de la fe debilitada a pesar del triunfo de la promesa. Y se ha extendido porque más o menos en esos días se publicó en Costa Rica que el Tribunal Supremo de Elecciones autorizó la recolección de firmas para convocar un referéndum sobre tema similar:  la ley uniones civiles.  Y me pongo a pensar de lo que puede ocurrir en un país donde la disparidad de fuerzas es mayor, donde el movimiento LGBT no tiene el mismo nivel de organización, ni los recursos, ni el espacio político del movimiento norteamericano.  

No creo en milagros,  pero sí en la fortaleza del espíritu humano, en su capacidad de seguir adelante, de volver a sus luchas a pesar de los golpes.  En ese sentido, regresa la gente a las calles en California.  En ese mismo sentido, los pasos hasta ahora dados en Costa Rica son fundamentales, y lo que traiga el posible referéndum tendrá un impacto positivo aunque sea en el largo plazo.  

Cuando el Winter Blues cede un poco, me prometo a mí mismo no dejarme vencer, sacar adelante los proyectos, querer a los míos y cuidarlos lo mejor posible, seguir trabajando por un presente mejor, más justo y equitativo para todos. Entonces, como en este momento, me siento ante la computadora y escribo y lucho, y me acuerdo de la frase de Albert Camus que leí en un laberinto en Nueva Orleáns: “En las profundidades del invierno finalmente comprendí que yacía en mí un invencible verano”.

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