Decir y sentir el adiós
(O una diatriba contra JM Serrat)
En cierto modo Joan Manuel Serrat ha sido siempre un pesimista, y crecer cantando y adorando sus canciones pudo haber tenido efectos irreversibles en la psique de personas sensibles como yo, del mismo modo que crecer a la grata sombra de la nueva trova—en especial su vertiente sobre la inminente liberación de América Latina—ha dejado a muchos en un estado de extravío que lleva ya casi dos décadas.
Vuelvo a escuchar la música de Serrat pero sin síntomas de nostalgia cabrona. En ocasiones sin pensarlo siquiera me descubro canturreando las letras que aprendí a los diez o doce años, cuando Serrat aún tenía el pelo largo, venía a dar conciertos a San José y, según las malas lenguas, se hartaba de mota con gente de la Universidad de Costa Rica. ¿Qué iban a pensar los camaradas de entonces que ellos mismos eran unos pesimistas redomados aunque creyeran que construían la sociedad del futuro y al hombre nuevo? ¿Cómo podía un revolucionario de corazón disfrutar a plena luz “Cuando me vaya” o “Vagabundear”? Sí, sobre todo esas canciones, aunque no las únicas. Letras que hablan de irse sin que la otra persona se entere—“Es hermoso partir sin decir adiós/serena la mirada, firme la voz”—todo sea para preservar una imagen de viajero impenitente, libre a toda costa, aunque la amante abandonada sufra por ese cierre violento de la relación. La amante se despierta o llega a casa y se encuentra un vacío que le inmovilizará—“Y ese día, dulce melancolía/has de arrugarte junto al hogar/sin una astilla para quemar/cuando me vaya”—o se pondrá en camino a buscar ese macho que no está dispuesto a volver. En el peor de los casos, dígase “Penélope”, el abandono pasará a ser espera y después locura. Claro que hay excepciones que confirman la regla. La más evidente es Curro el Palmo, del romance de igual título. Pero recordemos que Currito es enano y quizás contrahecho, que supuestamente “se leyó enterito a Don Marcial Lafuente [Estefania]”, lo que pone en crisis la lógica de la temprana muerte a causa del mal de amor, pues como todo el mundo bien sabe Don Marcial Lafuente publicó más de tres mil novelitas del oeste en 64 años de admirable labor. Además, Merceditas es un poquito casco suelto y se va con otro que la pueda mantener y complacer mejor, nunca a cumplir sueños de libertad.
Pero hay algo que personalmente no le perdono a Serrat, y es el hecho de que no le haya cantando al terrible momento en que un adiós se empieza a formar, a ese punto de inflexión en una relación que la mayoría de los seres humanos no podemos entender de inmediato, y por eso somos incapaces de actuar cuando todavía hay tiempo. ¿Cuántas veces decir “adiós” queda reducido al trámite final de un proceso de desgaste? ¿Cuántas veces el “adiós” es un alivio y no esa horrible palabra que Serrat procuraba no mencionar a sus amantes? Ahora que llevo varias semanas diciendo adiós, que he empezado a poner en cajas lo que queda de mí después de años de construir un mundo y una forma de vivir—incompleta, inmerecida, pero una forma de vivir al fin y al cabo. En este momento, demasiado tarde para lo esencial, busco esa canción que me acompañe entre el desorden de cajas, bolsas apretadas de basura y de recuerdos que a partir de ahora voy a negar. Busco y busco, canto a solas y le pregunto a mi memoria, pero solamente se presentan soluciones parciales, imperfectas, que me dejan incómodo y sediento.
Y por eso te hago reclamo público, querido y viejo Serrat, porque finalmente me debés una.