jueves, 12 de marzo de 2009

Dos acechos a la culpa

Primer acecho: El lector

En su crítica de la película El lector, Manohla Dargis, del New York Times, se pregunta si todavía hay alguien que desee o necesite ver una nueva película sobre el Holocausto y sus miserias.  Su molestia no se dirige, sin embargo, al acto de retomar la memoria de las matanzas en Alemania y sus efectos en la posguerra sino más bien a la forma en la que el cine hace uso del Horror y sus ramificaciones. Dargis toma El lector como ejemplo de un tema que no puede transformarse en belleza sin caer en el riesgo de negar su sustrato perverso.  Al final de su artículo se queja de que “la película no es ni sobre el Holocausto ni sobre los alemanes que han tenido que enfrentarse a su legado:  es más bien sobre cómo hacer al público sentirse bien respecto a una catástrofe histórica que se desdibuja con cada nueva interpolación de buen gusto”.

Basada en una novela del alemán Bernhard Schlink, El lector ha sido nominada a varios premios, incluyendo cinco Oscar.  Kate Winslet, su protagonista, ha ganado varios galardones como mejor actriz por su papel de Hanna Schmitz, una mujer analfabeta que encuentra trabajo durante la Segunda Guerra Mundial como guarda en un campo de concentración, y que participa en crímenes en masa. En el verano de 1959 tiene un breve affaire con un chico llamado Michael Berg, quien luego es testigo del juicio contra Schmitz y cuya vida queda marcada por un dilema moral: ¿Debía aportar durante el juicio la información que tenía sobre la mujer—que constituiría un atenuante de los cargos—o dejarla asumir la responsabilidad total de los crímenes? 

La película le ofrece al público un “contrato”—como diría Amos Oz—que no se desarrolla plenamente en ningún momento.  El affaire veraniego acaba abruptamente cuando la misteriosa Hanna desaparece de su apartamentito—le acaban de ofrecer un ascenso en su trabajo que la haría más visible.  El foco de atención se dirige entonces a Michael,  a su vida de clase media sin muchas novedades hasta que ingresa a la universidad a estudiar derecho y se reencuentra con Hanna.  Tanto los espectadores como Michael nos enteramos de los secretos de Hanna, de su actitud distante que la hace verse a sí misma como una simple empleada que seguía órdenes eficientemente.  No hay en ella trazos claros de arrepentimiento, no puede entender cómo su trabajo de ayudar al exterminio de personas puede ser, en modo alguno, un crimen. Al final del juicio,  cuando se declara la líder de una matanza, se vislumbra en Hanna un conflicto interior: la necesidad de expiación por haber realizado algo que sobrepasa su propio entendimiento.

Años después volvemos encontrarnos a  Michael, ahora un exitoso abogado, divorciado, con una hija pequeña.  A pesar de su estatus social Michael no es feliz y lo que parece finalmente consolarlo es el acto de recontarle a Hanna—ahora vía casetes—las historias que compartieron ese verano del 59.  Pero Hanna sigue encarnando algo innombrable para Michael, lo cual precipita el final de la historia. 

A pesar de sus posibles defectos, El lector es un buen esfuerzo por abordar el tema de la culpa generacional, de la verdad histórica, de los procesos individuales y colectivos con los que se exorciza el Horror. Omite seguir más de cerca a Hanna y a la vez deja incompleto el dilema de Michael,  aunque trate privilegiadamente su punto de vista. Por otra parte, el castigo al  “pequeño criminal” de guerra frente a quienes orquestaron las masacres es otro tema sugerente que se pierde hacia el final de la película. 





Segundo acecho: La oscura memoria de las armas


Esta novela del chileno Ramón Díaz Eterovic podría considerarse el otro lado de la moneda,  no solamente por el aspecto geográfico y cultural, sino por su reflexión en torno a la paradoja entre una pretendida normalidad social y la culpa por crímenes contra la humanidad.  La historia se desarrolla en el Chile contemporáneo, donde un oscuro personaje es asesinado supuestamente durante un asalto.  El detective Heredia asume el caso y va descubriendo que tras el crimen se halla un intento de ocultar la verdad sobre un centro de detención de la dictadura militar. También se trata de evitar que los torturadores y asesinos sean llevados ante la justicia.

Heredia se encuentra un país que no quiere recordar, cuyas preocupaciones procuran borrar el pasado, aunque las huellas del Horror se encuentren por todas partes.  Al mismo tiempo, quienes perpetraron los crímenes han formado  una suerte de sociedad secreta con el propósito de protegerse,  revelando que las redes creadas durante la dictadura no han desaparecido por completo.  Subsisten, tienen su propia dinámica y gran capacidad de acción. Los miembros de esas redes no sufren ningún sentimiento culpa, sino que se creen víctimas de la ingratitud. Para los torturadores la justicia es un juguete de sus adversarios políticos y el Chile actual no pasa de ser una sociedad malagradecida, que ha olvidado el aporte de los cuerpos de seguridad del régimen de Pinochet a un presente mejor.  La misma presencia de esos grupos mantiene viva una versión siniestra de la historia.. 

Díaz Eterovic vuelve a mostrar con La oscura memoria de las armas su destreza como escritor de novelas policiacas.  A partir de una escritura muy limpia, va construyendo una serie de relaciones cada vez más complejas,  por las cuales van avanzando mano a mano el lector y Heredia.  Díaz Eterovic sigue siendo además un excelente dialoguista,  pues con ellos crea ambientes, hace avanzar la historia y les muestra a los lectores sutilezas de su personajes.  Heredia, muy en la línea del hard-boiled  de Chandler,  Cain o Hammett,  es un solitario que desde su marginalidad observa el entorno y lo vive sin juzgarlo. Heredia es, aunque no lo diga abiertamente,  un detective de izquierdas,  que no se rinde ante las promesas del  proyecto modernizador de la sociedad chilena. Se mueve, eso sí, por un claro imperativo moral: El sentido de justicia, que para Heredia comprende tanto la búsqueda de la verdad como la defensa del honor de las víctimas.  

Volviendo a la pregunta de Dargis, pero esta vez en torno a Chile y su historia, habría que responder que sí, faltan más obras sobre la dictadura.  El tema probablemente no se agote en décadas, pues conforme pasa el tiempo saltan nuevas aristas, se saben cosas antes ignoradas, y al menos desde una perspectiva de afuera pesa siempre el peligro del olvido, o lo que sería peor:  trivializar el Horror.