jueves, 29 de enero de 2009

Los huesos de Poe

(Publicado en La Nación el domingo 25 de enero de 2009)


El 19 de enero se celebraron doscientos años del nacimiento de Edgar Allan Poe. Fecha simbólica, aunque por las vísperas pareciera que es más importante la de su muerte, acaecida en el año 1849. Poe murió en la ciudad de Baltimore, donde se encuentra enterrado en un modesto cementerio adyacente a una iglesia. La tumba es un notable lugar de peregrinación—Borges, por ejemplo se retrató ahí—y todo aquel que acuda a las oficinas de turismo de la ciudad puede hallar entre los puntos importantes a visitar la tumba del poeta y narrador. 

De un tiempo acá varias ciudades se están peleando el honor de albergar lo que quede de Poe.  Boston lo reclama por haber nacido allí. Algunos intelectuales del estado de Virginia aseguran que el mejor lugar es Richmond, donde el futuro escritor pasó parte de su niñez y juventud.  New York tiene el argumento más débil, “Aquí fue feliz”,  aunque aún no es claro en qué sentido la felicidad es un criterio para apropiarse de unos huesos viejos.  Un intelectual del área de Pennsylvania ha intentado probar que la mayoría de los cuentos policíacos,  que en español hemos conocido en un volumen tradicionalmente titulado “Historias extraordinarias”,  fueron escritos por Poe en Philadelphia, lo cual la acredita como depositaria indiscutible del cadáver. Esta persona incluso ha argumentado que el clima de crimen generalizado en esa ciudad en el siglo XIX fue fundamental para inspirar esas narraciones que hoy se consideran fundadoras de toda una corriente estética y comercial.  Vaya uno a saber cómo se puede probar el detalle de la inspiración, aunque el razonamiento de los altos índices de delincuencia ha dejado muy mal parada a Philadelphia y le ha dado munición a otros contendientes.  Los curadores del museo Poe en Baltimore, por ejemplo, se han manifestado dispuestos a  ofrecerle a Philly  no el cuerpo de Poe sino el de algunos malandros de baja alcurnia,  entre ellos John  Wilkes Booth, el asesino de Abraham Lincoln.

La apropiación de la figuras culturales importantes—a veces simplemente pintorescas—no es rara en los Estados Unidos.  New Orleans organiza un extenso programa cada abril dedicado a Tennessee Williams,  el cual incluye teatro, conferencias y hasta concursos callejeros.  Si bien parte de la obra de Williams tiene como escenario New Orleans, él no nació ni murió en esa ciudad sino que fue un asiduo visitante, igual que Truman Capote, a quien no se le dedica nada, o Mark Twain, que iba de cuando en cuando a visitar a un amigo en Garden District, cuya mansión hoy los turistas deben atisbar desde la calle y entre las rejas cubiertas de higuera.  La ciudad también celebra a Ignatius Reilly, uno de sus hijos más célebres. El problema es que Ignatius es un personaje de ficción,  el excéntrico y siempre hambriento protagonista de La conjura de los necios.  Las personas se toman fotos junto a su estatua  a las puertas de un edificio en Canal Street, hacen el recorrido de cantinas del personaje, comen los famosos Lucky Dogs y hasta toman cocteles bautizados con su nombre.  Del autor de la novela, John Kennedy Toole, apenas sobrevive una placa en una modesta casa en el área del Black Pearl,  pero llegar a ella requiere voluntad y paciencia, pues muy pocos la tienen presente y menos aún recuerdan su dirección.

Una de las escritoras que hizo del culto a sí misma todo un aparato comercial y cultural fue Anne Rice, quien rescató la tradición erótica de los vampiros y, en general, del mundo de las tinieblas del Sur de Estados Unidos.  Antes de enviudar, convertirse en católica renovaba y finalmente retirarse a una casa en el campo, Rice  poseía una mansión frente a la que todo tipo de persona aguardaba por horas esperando saludarla.  La escritora mandó construir un enorme balcón protegido con ventanales hasta el primer piso donde a veces se le podía ver desde la calle, aunque parecía más una de las sombras de sus libros que una persona de carne y hueso.  Ella también diseñó colecciones de joyería, pero su mejor producto fue Anne Rice en sí misma.  La pasión por los vampiros se fue extendiendo por todo el país. Se  crearon cofradías que organizaban en New Orleans congresos y encuentros de vampiros reales y ficticios, fanáticos de lo oculto y expertos académicos en dichos temas. Estos grupos salían a las calles tarde en la noche,  se colaban en algunos cementerios para asistir a rituales con los espíritus y visitaban sitios relacionados con historias de sangre y sucesos sobrenaturales.  Para rematar los encuentros, Rice ofrecía fabulosas fiestas en alguna de sus muchas propiedades.  La más notable era un antiguo orfanato—de por sí suficientemente tétrico para albergar espíritus sufrientes y leyendas de horrores—cuyas puertas cancel estaban resguardadas por dos ángeles.  Todos los asistentes vestían de negro y quienes se tomaban el asunto verdaderamente en serio incluso parecían seres siniestros.  El antiguo orfanato, luego lugar de encuentro de vampiros, se ha transformado en un condominio de lujo.  Nadie volvió habla de los espíritus que convocaba Anne Rice. 

A pesar de su importancia cultural, las celebraciones de Poe tienden a ser más discretas, menos festivas. Hay actores que lo personifican, algunos actos oficiales, pero pareciera incluso que a tantos años de su muerte sigue siendo un autor de tonalidades grises.  Su obra tuvo gran impacto a partir de la segunda mitad del siglo XIX, pero a partir de 1890 el referente para muchos autores y lectores fue Arthur Conan Doyle y, en general, la escuela de literatura policial inglesa.

Hoy en día no hay un Edgar Allan Poe sino al menos dos.  El primero, el escritor, tiene sus propios círculos de adeptos, quienes escriben serios análisis y se reúnen para discutirlos.  El segundo, el personaje popular, vive del aura de misterio y desgracia de la persona real.  Como tal es un ser cambiante.  Ha inspirado películas,  un viejo y hermoso álbum del grupo de rock progresivo “The Alan Parsons Project”, personajes de novelas y cuentos.  Alguna vez lo dos se cruzan, como cuando Borges posó para hacerse un retrato junto a la tumba en la esquina de Greene con Fayette. También sucedió este 19 de enero, cuando docenas de personas esperaron a la intemperie, con temperaturas bajo cero, para asegurarle a los huesos Poe que no abandonarán su sitio de descanso en Baltimore.