domingo, 5 de octubre de 2008

Una crónica del 2004



Babel ya no es lo que solía ser



El verano en Estados tiene su final simbólico a principios de setiembre,  el lunes que se celebra el día del trabajo,  por lo tanto un fin de semana largo y la última escapada de muchas familias antes de que las escuelas estén funcionando formalmente y el calor disminuya.  En New Orleans, esa fecha coincide con Southern Decadence,  el tercer festival gay del país,  una tradición que empezaron unos pocos amigos hace treinta años y que ha ido creciendo hasta convertirse en un negocio nada despreciable.  Siempre es importante mencionar el dinero, porque los $100 millones que se gastan los gays en esos cuatro días de fiesta han servido mucho para la apertura mental de buena parte de las autoridades y los hombres de negocios de la ciudad.  Los últimos dos años, en los que el fundamentalismo cristiano se ha fortalecido y, peor aún, se ha vuelto más agresivo, ha modificado el comportamiento de los asistentes a la fiesta de la decadencia.  Recuerdo mis primeros Decadence  cuando veías parejas afanadas en su amor en plena calle, o a esos chiquillos exhibicionistas,  a quienes les pedías una foto y de inmediato se bajaban los pantalones.  No, ahora, la reunión tiene más de encuentro social –al menos en la superficie–  pues los grupos conservadores tienen cada vez más capacidad de lobby en la ciudad y su misma presencia se ha vuelto más intimidante.  Ya no les basta con plantar una cruz en plena calle,  cantar canciones y autoproclamarse portadores de la Verdad,  sino que llegan en grupo donde están los muchachos y las muchachas y no propagan la palabra sino que la gritan,  la amenazan.

Decadence ha cambiado también porque la sociedad de vigilancia que se ha impuesto desde el año 2001 opera con total eficiencia.  La policía inunda el Barrio Francés, concentrándose curiosamente donde los gays se reúnen.  Con su presencia pretenden proteger la integridad física de todos,  por  cualquier ataque terrorista, pero también vigilan la conducta de los asistentes.  A pesar de la intimidante presencia policial,  me da la impresión que para ellos –los policías– el trabajo no debe ser tan fácil.  Hay delitos muy fáciles de identificar, como por ejemplo orinar contra una pared en la vía pública,  o en general exhibir los genitales fuera de las áreas estrictamente delimitadas,  donde dicha exhibición deja de ser juego y se convierte en falta a la moral.  Pero ahí mismo,  en Bourbon Street,  una de las calles más famosas del mundo,  el recato,  la moralidad  y sus opuestos se entrecruzan constantemente.  Como ejemplo basta mirar la esquina de Bourbon y Orleans.  Hay un disfraz de un cóctel de granada,  que en el extremo de la simplicidad,  no es la fruta sino una granada de guerra,  verde olivo y con detonador en la parte superior.  Tiene una gran sonrisa y unos turistas la están molestando,  se toman fotos  -los policías al otro lado de la calle-  como si tuvieran sexo con ella.  Tal es el nivel de entendimiento que la granada sigue su rutina de supuesta voracidad sexual haciendo actos obscenos con la columna de un edificio.  Junto a ella,  los nuevos salvadores cantan un himno.  No les importa salvar al disfraz de granada,  más bien se afanan mirando -¿quizás lascivamente?-  a algunos hombres que casi desnudos se pasean con su trago debidamente oculto en una bolsa de papel.  Hacen un llamado general a abandonar el pecado, mientras los guardas de los bares los siguen con atención,  pues ya se sabe que los portadores de la fe espantan a los clientes y la lucha por los millones de dólares que se gastan los gays es siempre dura.  

Para sumar un grado más a la confusión,  cruza la esquina un glorioso grupo de travestís.  No se parecen a nadie sino a ell@s mism@s.  ¡Cómo se ha perdido el culto por la verdadera diva!  El problema empieza desde el hecho de que  ahora cualquiera puede ser diva, incluso una rubia sosa como Britney Spears.  Las verdaderas divas han sufrido, se han arrastrado por el lodo,  han visto caer su carrera en los fosos del desprecio;  todo para luego emerger gloriosas a dar testimonio.  La verdadera diva no es la bella mujer de antes sino su recuerdo,  lo que ha quedado luego de vencer la ignominia.  Por eso cantan y las grandes travestís asumen su dolor,  lo ponen en escena,  lo glorifican.   Pero ya no:  ahora el travestismo es un rito privado que se saca a la calle cuando la ocasión lo amerita.  Despojado de intención política, el travesti ocasional se parece a la granada cachonda, a la mujer que muestra las tetas a cambio de beads,  a los leathers en bikini, cuyos breves trapos desaparecen en la frondosidad de sus carnes;  se parece a los policías,  a los que anuncian la condena eterna de la que ellos, por suerte, están exentos.  

Este año de gracia y desgracias, el 2004,  se suman visitantes inesperados.  Hay huracán en Florida y  casi tres millones de personas han salido de sus casas buscando protección mientras las tormentas se abren paso entre árboles, casas y edificios.  Familias enteras han dado con sus huesos en New Orleans y por ello el Barrio Francés parece aún más concurrido.  Y también por esa razón se oye hablar muchísimo español este fin de semana.  Los desplazados del Sur, ahora desplazados también de la península,  unen sus voces a las de los travestidos, los policías,  los profetas que no dan abasto con tanto pecado, el disfraz de granada, yo mismo, que pienso como ellos en dos idiomas y que me siento escindido aunque pleno en mi desintegración. Voy caminando entre tantas voces,  el ruido que hacen los caballos de la policía,  las mulas de los carruajes de turismo, la música zydeco con su washboard y su acordeón,  el jazz que viene de un bar, el rock que tocan en plena calle... yo vengo a sentirme deseado,  a verme en los hombres y las mujeres que se abrazan.  No es un mal plan,  sobre todo cuando la movilidad laboral y cultural de Estados Unidos se ha llevado a mis amigos a otra parte,  y desde hace tiempo no tengo un amante que me haga crecer.  He llegado hasta acá para confundirme con las lenguas.   Creo que ya casi me he disuelto en los sonidos cuando oigo un bisbiseo que me obliga a voltear.  Plantado entre el tumulto brilla un hombre que me sonríe y me invita. Tal vez ha sido Dios, en apoyo o venganza de quienes nos señalan como pecadores, quien lo ha puesto ahí.  Yo le correspondo y me olvido de todo, incluso de que al día siguiente empezará en la ciudad una magna convención de iglesias protestantes.  Hasta un momento antes,  me sentía seguro de estar ahí cuando todos colapsaran.  Ahora no sé, las dimensiones de la realidad se han reducido al espacio donde me espera el desconocido.  El último mensaje del mundo exterior aparece en la camiseta de un tipo se nos cruza. Dice: “Jesus, protect me from your followers”.


New Orleans, 6 de setiembre de 2004.

sábado, 4 de octubre de 2008

Breve carta sobre tomates, Palin y literatura


Querida T.:


Me alegra muchísimo saber que tu huerta te anima e ilusiona. Simbólicamente tiene gran sentido,  pues mientras los regímenes políticos se corrompen y los países se transforman para lo peor, al menos nos queda el delicado balance de la naturaleza, la verdad de los chiles y los tomates que crecen y no el vértigo de la siguiente "gran aventura" de la humanidad.  A veces parece que se cumple una y otra vez la anécdota de aquel político mexicano que dijo en un discurso: "Estábamos al borde del abismo,  y dimos un decisivo paso adelante".


Quizás por no tener huerta mi respiro y consuelo sigue siendo la literatura, y en menor medida las pequeñas tareas para ayudar a alguien aquí o allá.  Este país se viene abajo arropado en su arrogancia y me parece que la gente de a pie, aunque ya sienta que hay muchas cosas insostenibles,  no tiene los medios para saber que tiene los medios de cambio a su alcance. Está muy arraigada la idea de que las cosas le afectan a otros y que uno mismo por definición siempre va a estar mejor, lo que quiere decir básicamente el acceso a bienes materiales.  Estados Unidos sigue siendo una sociedad sedienta de novedades y el fenómeno Sarah Palin así lo demuestra. ¿Quién más que ella para mostrar todo por lo que no se ha luchado en los últimos cuarenta años?  Palin es para mí el ejemplo claro de la banalización de las luchas y la absorción de la disidencia por los grandes poderes.


Con respecto a tus teorías sobre el lector, me recuerdan un poco lo que se llamaba la teoría de la recepción.  Me parece que tal lector creativo –al extremo de la página en blanco– no existe y que quizás lo más cercano a tus ideas sea, precisamente, el crítico literario.  En mi caso yo no me considero tal.  Me veo más bien como un diletante muy curioso por cosas de la cultura, un espacio en el que caben muchas expresiones y formas de ver la vida. Me interesan las conexiones entre artefactos culturales o procesos culturales y los entornos sociales, políticos y económicos, y miro con bastante desconfianza esas categorizaciones entre bueno y malo que se hacen a pulsos de poder. Creo que la crítica cultural (o incluso literaria) adquiere valor en cuanto a reflexión, y por ello mismo en cuanto a juego de ideas.  Es un mundo cerrado, eso sí, pero al menos es una forma de relato alternativo de la realidad, en muchos aspectos fuera de la retórica de la productividad, el éxito material y el consumo.


Seguimos conversando


Abrazos